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La Gratitud de una Madre

 

Alfonso Jiménez

“Debe uno ser pobre para reconocer el lujo de dar”  (George Eliot)   

Hace años eran lo más seguro. Todo el mundo deseaba trabajar en las entidades financieras porque ofrecían buen sueldo y fijeza en el empleo. Ahora, no. Miles de oficinas se han cerrado y más de cien mil empleados han ido a la calle. Casi todos, y en especial los cincuentones, sueñan y cuentan los días que les faltan para jubilarse, pues son muchos los clientes que les culpan del aumento de las comisiones impuestas por las cúpulas, que son quienes deciden y ordenan. “Algunos casi llegan a escupirte a la cara”, me dice un amigo que pasa muy malos ratos por esas protestas y por algunos casos dolorosos que vive a diario. Y me cuenta uno muy especial que le ha dejado hundido. Es por completo real:

   Marina (nombre ficticio) es una buena mujer y clienta muy precaria. Con sus más de sesenta años trabaja como limpiadora, fregando suelos y escaleras en varios locales y bloques. Son muchas horas las que se pasa, fregona en mano, para reunir 600 euros al mes. Vive al día y casi al minuto. La semana pasada le dice a mi amigo que quiere pedir un préstamo de 500 euros porque lo necesita, ya que su hija quiere trabajar como repartidora en Correos y ha de pagar un cursillo previo en una academia que, según le dicen, facilitará su ingreso. 

   A mi amigo esto le suena mal y quiere recordar que el año pasado conoció un caso parecido y que el “cursillo académico” recomendado resultó ser un timo. Sabiendo las carencias económicas que sufre Marina le aconseja que, antes de endeudarse, se asegure sobre la certeza de esas oposiciones “facilitadoras”. Eso hizo la pobre mujer y dos días después, a las 8,30 de la mañana, se presenta en la sucursal para decirle que había ido a Correos y, en efecto, era un timo del que madre e hija se habían librado gracias a él. Para agradecerle su consejo, le deja junto a la mesa una bolsa muy discreta y le dice prudente: 

 – Yo quería regalarle una botella de vino de su tierra, pero no pudo ser.

 – Por favor, Marina, no me lo tome como un desaire; sólo le advertí  del comentario  que corrió el año pasado por si acaso se repetía. Disculpe, pero no puedo aceptar nada. Solo cumplí con mi deber con una persona y clienta a quien aprecio.

    Marina le dio las gracias,  se llevó la mano hacia el corazón y salió del banco deprisa, pero se dirigió al bar de al lado y le rogó al camarero que guardase la bolsa y la entregara a “este señor andaluz del banco” cuando venga a desayunar.

     Eso ocurrió y mi amigo ya no pudo evitar el regalo. Recogió la bolsa y la llevó a su casa para abrirla delante de su mujer. Oh, sorpresa: contenía una piña, dos manzanas y dos caquis. El matrimonio quedó enmudecido y a punto de las lágrimas. Les pareció un regalo muy generoso, por provenir de una madre trabajadora que no tenía casi nada. Qué gran lección.

http://alfonjimenez.blogspot.com/

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