28 marzo 2024

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Pedro Fernández, toda una vida de ditero en Isla Cristina

Pedro Fernández, toda una vida de ditero en Isla Cristina

Pedro Fernández, ditero isleño lubilado

Durante décadas fue habitual ver por las calles de los pueblos hombres y mujeres que vendían “a dita” ropas, trapos y telas. Cobraban cuando se podía y hasta regalaban según las necesidades. Aún hoy día se les divisa, la crisis les ha hecho resurgir como el ave fénix y se resisten a desaparecer por completo

Como en todos los pueblos y ciudades de España, durante la posguerra, se hicieron habituales hombres y mujeres que recorrían las calles y pueblos de la provincia para vender, puerta a puerta, lo último en telas, ropas y trapos, lisos o estampados, de mil colores. Aguantaron hasta que los grandes almacenes ofrecían más género, a igual precio y casi las mismas condiciones de pago. A pesar de todo, algunos han aguantado el tirón y aún se les pueden ver por los portones. Dicen que la crisis ha reactivado el negocio.

En Isla Cristina hubo varios, como Pedro Fernández Pérez, que a sus 76 años de edad, y desde la tranquilidad de su salita, antes tienda, recuerda buenos, regulares y malos momentos en la calle. Pedro se inició en este mundillo a los doce años como aprendiz en un comercio textil de su localidad natal, Cartaya. Era listo y aprendió rápido, por ese motivo el jefe le cargó de responsabilidad y lo pone a cobrar. Fue a sus dieciséis cuando es destinado a Pozo del Camino y La Redondela, tras la baja del compañero que se marchó a la mili.

Los kilómetros se los hacía en una moto marca Guzzi, de sesenta centímetros cúbicos, “que apenas podía conmigo para subir la cuesta de la Marruza, pero me daba el avío”, recuerda Pedro. Tres años después, en 1959, con diecinueve años, pasa a encargado del negocio central de Cartaya, aunque no tuvo tiempo para acomodarse, porque le llega la hora de cumplir con el servicio militar y le rompió la racha.

Licenciado de la mili en 1962, regresa a Cartaya y el jefe lo manda a Isla Cristina, donde el ditero local se marcha. Es cuando a Pedro le llega su oportunidad y, casi sin darse cuenta, le hacen responsable de su primer “libro de dita”. Y aunque tan solo contaba con una veintena de clientes, le sirvió de desfogue y aprovechó aquellos momentos de crisis, la de los sesenta, los de la emigración a Cataluña, País Vasco o Alemania, para hacerse un hueco entre los hogares isleños.

“Fueron tiempos duros, no había dinero y la gente pagaba como podía”, recuerda Pedro El Ditero, “apenas una o dos pesetas por día, diez a la semana o las treinta del mes”, según la fórmula de cobro de cada cabeza de familia. Su clientela era de clase media y baja que le cogía con regularidad las telas, por metros, para que las costureras confeccionaran los trajes, cortinas, pantalones de trabajo, cazadoras, delantales, batas y vestidos de señora, entre otras prendas. Sus amas de casa eran pagadoras y las que no, tras la correspondiente insistencia y no cobrar, “simplemente dejábamos de visitarla”. Pedro recuerda haber regalado algún que otro pantalón “porque a la familia le hacía falta y no podía permitírselo”.

El negocio iba bien y decide subir un escalón en su vida profesional, y en 1974 monta su propia tienda en la calle Roque Barcia que, década después, traslada a una más céntrica en el Paseo de Los Reyes y que finalmente cierra en 2007. Durante años Pedro sacó para vivir, aunque asumía con resignación que con la dita no se iba a hacer rico. Y todo le fue bien, mas o menos, hasta principio de los ochenta que llegaron nuevos y amplios negocios, con mucho surtido y variedad, que ofrecían confección terminada “y la dita pegó un giro total, ya no se vendía el tejido suelto”. Pedro, entonces, vaticinó el declive de la venta a dita, la cual llegó a sus mínimos en los noventa.

Con él coincidieron en tiempo otros diteros. Sebastian Álamos y Eliodoro Domínguez, del comerciante ayamontino Paco Abreu; Diego Acosta Columé, Aurora y Cristo “La Ditera”, Francisco Calzado Giles, Antonio Benítez Pérez o Antonio García Márquez. Como dice Pedro, “el respeto entre nosotros era muy grande” aunque era habitual la equivocación de la señora de turno que “salía a la puerta con el comprobante de otro ditero” y Pedro le advertía del error con el consiguiente rubor espontáneo de la susodicha. Ahora, años después, en pleno siglo XXI, solo uno sigue recorriendo las calles de la antigua Higuerita, Juan Manuel Jesús Hernández.

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